¿Con Israel o con Irán?
Por Ricardo Monreal Avila / Colaboración e Invitado Especial
*Tal como aconteció el 11 de septiembre de 2001 hace 24 años con los ataques a la Torres Gemelas de Nueva York, es probable que el Gobierno de México sea hoy presionado a tomar partido a favor de una de las partes*La ONU, tal cuál piensa la presidenta Claudia Sheinbaum, ojalá sea el camino como instancia legítima de negociación y paz a fin de evitar una conflagración mayor que de seguir escalando, podría convertirse en la última batalla de la especie humana tal como la conocemos
Global Press Mx / ¿Qué posición debe asumir México ante el conflicto bélico en curso en Oriente Medio, en particular en la guerra de Israel contra Irán, que ha escalado con el involucramiento militar de Estados Unidos (EE. UU.)?
Tal como aconteció en 2001 con los ataques a la Torres Gemelas de Nueva York, es probable que el Gobierno de México sea hoy presionado a tomar partido a favor de una de las partes. ¿Con Israel o con Irán?
Afortunadamente, nuestro país cuenta con una sólida política exterior de Estado que, además de estar expresamente mandatada en la Constitución, tiene el consenso histórico de las principales fuerzas políticas de la nación, así como de organizaciones de la sociedad civil.
La fracción X, del artículo 89 Constitucional establece los principios rectores de la no intervención, autodeterminación de los pueblos, solución pacífica de controversias, prohibición del uso de la fuerza, igualdad jurídica entre los Estados, cooperación internacional y promoción de la paz y la seguridad internacionales, con respeto a los derechos humanos.
La construcción de los ejes rectores de las decisiones de México más allá de sus fronteras nacionales es resultado de la suma de acontecimientos históricos, políticos, filosóficos y sociales que nos dieron identidad como nación y que a su vez forjaron al Estado.
Desde las disertaciones de filosofía política de los siglos XVI y XVII, con teólogos como Francisco de Vitoria, Bartolomé de las Casas, Alonso de la Vera Cruz o Juan Zapata y Sandoval, que iniciaron las discusiones sobre la autodeterminación de los pueblos y la soberanía nacional, hasta las ideas que serían el espíritu de los Sentimientos de la nación, pronunciamiento político signado por José María Morelos el 14 de septiembre de 1813, en el que el Congreso de Anáhuac, reunido en Chilpancingo, hizo suya la convicción de declarar la independencia de la América Septentrional, rechazando toda sujeción a potencias extranjeras, que el imaginario colectivo en torno a la acumulación secular de esta sabiduría política perfilaría una especie de humanismo mexicano, del cual se nutrirían principios como los de la política exterior de la nación emergente.
Morelos, con aguda lucidez, entendió que la legitimidad del Gobierno no podía venir de la imposición colonial, sino de la voluntad popular. Así, el texto insurgente no solo fue un acto de rebelión, sino un manifiesto político-filosófico que enlazaba al pensamiento criollo y los pueblos originarios.
La historia de México se escribió en batallas, pero también con principios. Durante la guerra de Reforma se pondrían en práctica la no intervención; la solución pacífica de controversias y la libre autodeterminación de los pueblos, principios conocidos como Doctrina Juárez.
Años después, bajo el fragor de la Revolución mexicana, y como resultado del contexto nacional e internacional, el establecimiento de la Doctrina Carranza sería fundamental, ya que, pese a la inestabilidad política, México se convertiría en promotor de un derecho internacional de carácter humanista, lo que marcaría a nuestro Estado frente al mundo. Así, la Independencia y la Revolución pueden considerarse frutos de esa larga cadena de reflexiones filosóficas y de las luchas por la libertad.
Décadas más tarde, la fortaleza y formalización de estos principios se gestarían con un gran acuerdo entre diferentes fuerzas políticas en 1988, con la reforma al artículo 89 de nuestra Carta Magna, lo que representó la guía del actuar diplomático del país y un símbolo de identidad nacional frente a la aldea global.
Una interpretación sistemática de los principios de política exterior consagrados en la Constitución nos lleva a concluir que cada uno de ellos es consecuencia del otro y están enlazados a hechos históricos nacionales; se trata de una cadena de posicionamientos que le dan congruencia y coherencia a la política exterior mexicana. Además, fueron y siguen siendo un referente del derecho internacional, con una fuerte influencia en América Latina.
La no intervención remite a una política de neutralidad y respeto a la soberanía de las naciones (a la autodeterminación de los pueblos), que no debe confundirse con una política de desatención o de dar la espalda a los conflictos bélicos, ya que el principio de “solución pacífica de las controversias” implica tener una política exterior activa a favor del diálogo y la negociación y en contra del “uso de la fuerza” como método de resolución.
La “igualdad jurídica entre los Estados” no permite discriminar o diferenciar a las naciones por razones de etnia, credos religiosos, riqueza socioeconómica o regímenes políticos, lo que obliga a promover la cooperación entre las naciones, para garantizar la seguridad internacional y, en consecuencia, la paz.
Estos principios son el espíritu del desarrollo nacional, la expresión más sintética del acontecer histórico de México. De esta forma, ya sea por tradición histórica o convicción política, el rol de la diplomacia de nuestro país, a través de la implementación de estos principios, resulta fundamental para recordar la racionalidad política y el entendimiento entre países, como parte del propio cumplimiento de los objetivos de política interior.
En el caso de Israel e Irán, México pidió a los Gobiernos de ambas naciones que privilegien el diálogo y los acuerdos por sobre la violencia y las guerras, y condenó tanto la incursión bélica de Israel en Gaza como el sostenimiento de grupos terroristas en el mundo del Islam por parte del Gobierno de Irán.
El llamado al diálogo se le ha planteado también a los EE. UU., cuyo papel de mediador y negociador se podría ver empañado y debilitado por la incursión militar reciente en contra de Irán, pero el cual podría recuperar si logra que el acuerdo al cese al fuego sea permanente entre ese país e Israel o, mejor aún, traducirlo en un acuerdo de paz duradera.
Queda la ONU como instancia legítima de negociación y paz, tal y como lo ha planteado la presidenta Claudia Sheinbaum. Hagamos votos para que este sea el camino en Oriente Medio, a fin de evitar una conflagración mayor que implique la muerte de más civiles, y que, de seguir escalando, podría convertirse en la última batalla de la especie humana tal como la conocemos.
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