Tres visiones contra el narcotráfico
Por Ricardo Monreal Avila / Colaboración Especial*
*Los “neopolkos” serían entonces los conservadores de hoy que, ante la pérdida de apoyo popular y electoral interno, impulsan la intervención externa, como factor sustancial para salvar y rescatar al país de alguna amenaza o problema nacional; en este caso, los cárteles de las drogas*Sin embargo, son más los daños y efectos colaterales que los perjuicios a los objetivos específicos. Y esto lo aprendimos en México con la fallida guerra contra las drogas que se desató en 2006 y que ahora nos tiene, según algunas voces, en el umbral de otra impensable intervención extranjera
Global Press Mx / El problema de los cárteles existe, desde luego; no es una invención ideológica, y constituye una amenaza real a la seguridad, estabilidad y salud pública de México y EE. UU., pero el foco es otro: las diferencias y controversias que nacen en torno a cómo atacar y superar esa amenaza binacional e internacional.
Se enfrentan dos visiones y dos estrategias para atender un problema común: una, punitiva, policial y militarista; la otra, integral, radical y humanista.
Para quienes optan por la primera opción, el narcotráfico es un tema de oferta que se combate con prohibiciones, más policías, cárceles y segregación de las personas que padecen una adicción.
Para quienes se inclinan por la segunda alternativa, es un problema de demanda, tiene causas sociales (desintegración familiar, pobreza, falta de oportunidades para jóvenes), y para combatirlo de raíz son más eficaces la prevención, la educación, la rehabilitación y la integración a la vida social y productiva de las personas con adicciones.
En esa perspectiva integral, acabar con los cárteles del narcotráfico es un tema de combate a la impunidad judicial; a la corrupción policial, y a la protección política nacional, binacional e internacional, pero también de proceder a la extinción de dominio y contra las fuentes económicas y financieras que permiten a los cárteles reproducirse y arraigarse como grupos de poder.
Pero además de esas dos visiones, circula también la idea de una inminente intervención militar estadounidense para combatir a los cárteles de las drogas y a sus dirigentes criminales; se ubica en el imaginario doctrinal y político del pensamiento conservador de derecha en México y EE. UU., y ha aparecido de manera cíclica desde la guerra de Independencia hasta la Revolución mexicana, acentuándose con la llegada al gobierno y la continuidad de la 4T.
De no ser porque el tema es de uso corriente en algunos medios y comentaristas de ambos países, ni siquiera valdría la pena tocarlo. Sin embargo, para evitar que una mentira repetida ad nauseam se llegue a aceptar como verdad, hay que cortar su repetición sintomática circular.
El tópico de la intervención extranjera como mecanismo para frenar los procesos de transformación política y social en México, particularmente los de izquierda o nacionalistas, es un arquetipo muy arraigado, dados algunos fundamentos históricos.
Por mencionar uno de los eventos más relevantes en la relación bilateral, recuérdese la Intervención estadounidense (1846-1848), por la cual México perdió más de la mitad de su territorio. Ello significó una impronta en las futuras generaciones de compatriotas y representó uno de los más aciagos episodios de vulnerabilidad nacional frente a la potencia extranjera.
La llamada doctrina Estrada (1930), que aboga por los principios de no intervención y el respeto a la autodeterminación de los pueblos, es la respuesta diplomática formal a aquel evento desafortunado. Así, cualquier movimiento que se presente como defensor de la soberanía nacional (desde los gobiernos posrevolucionarios hasta la actualidad) activa inmediatamente este marco mental.
A partir de la pérdida del territorio nacional, la amenaza o el fantasma de la intervención ha resurgido en momentos clave de cambio y confrontación. La Revolución es quizá el caso más claro y documentado.
El gobierno de Woodrow Wilson intervino activamente: ocupó el puerto de Veracruz en 1914 para impedir la llegada de armas para Victoriano Huerta, y la expedición punitiva de Pershing (1916-1917) entró en territorio mexicano para perseguir a Pancho Villa. Aquí, como ha quedado registrado, la intervención fue real, no un imaginario.
En 1938, la expropiación petrolera de Lázaro Cárdenas provocó un embargo económico y enorme presión diplomática y comercial de EE. UU. y el Reino Unido, que fue percibida y narrada como una forma de intervención económica para revertir una política nacionalista.
Durante el periodo de la Guerra Fría y la doctrina de seguridad nacional, las intromisiones de EE. UU. fueron más sutiles, pero igual de poderosas, alineándose con el pensamiento conservador anticomunista.
Ya en la segunda mitad del siglo XX, los think tanks y las agencias de inteligencia estadounidenses tenían vínculos muy estrechos con las élites empresariales y los partidos políticos conservadores mexicanos.
Por otro lado, el caso del embargo cubano, junto con los intentos de derrocar a Fidel Castro, fueron recordatorio constante, para la izquierda mexicana en particular y para la izquierda latinoamericana en general, de lo que EE. UU. era capaz de hacer para “contener” al comunismo.
En todo caso, las formas más evolucionadas de intervención ya no aluden a barcos de guerra en Veracruz, sino a artículos en The Washington Post, informes de Human Rights Watch, presiones de la Oficina del Representante Comercial de EE. UU. (USTR) o downgrades de calificadoras como Moody’s.
Es una intervención financiera, mediática y diplomática, pero en el imaginario político su función es la misma: desestabilizar y revertir un proceso de cambio que desafía el statu quo.
Y en momentos clave de nuestra historia ha coincidido el pensamiento conservador en México y EE. UU.
Un ejemplo de ello fueron los denominados polkos, descritos por varios historiadores de la derecha -como Gastón García Cantú, Horacio Labastida y Arnaldo Córdova-, como aquellos mexicanos simpatizantes del expresidente estadounidense James K. Polk, quien fuera un actor clave en la pérdida de territorio mexicano durante la invasión de 1846-1848.
Los “neopolkos” serían entonces los conservadores de hoy que, ante la pérdida de apoyo popular y electoral interno, impulsan la intervención externa, como factor sustancial para salvar y rescatar al país de alguna amenaza o problema nacional; en este caso, los cárteles de las drogas.
Pero preguntémonos si esta problemática la resolvería un ataque de drones extranjeros con bombas tele dirigidas o incursiones con militares de élite o expediciones castrenses por aire, tierra y mar. Sobran estudios y pruebas que demuestran precisamente lo contrario: atacar un panal de abejas asesinas con bombas o granadas, lejos de exterminarlas, las disemina y terminan reproduciéndose por miles.
Son más los daños y efectos colaterales que los perjuicios a los objetivos específicos.
Y esto lo aprendimos en México con la fallida guerra contra las drogas que se desató en 2006 y que ahora nos tiene, según algunas voces, en el umbral de otra impensable intervención extranjera.
ricardomonreala@yahoo.com.mx
X: @RicardoMonreal
*Presidente de la Junta de Coordinación Política y Coordinador Parlamentario de Morena en la Cámara de Diputados