Por Ricardo Monreal Avila / Colaboración Especial

*En política, cuando la palabra se desprecia, se deprecia

Global Press Mx / “El arte de llevar el zapato derecho en el pie izquierdo sin que salgan callos…”, así definía el francés Guy Mollet a una coalición política. Yo añadiría que, si las agujetas están mal amarradas, uno puede tropezar o incluso caerse.

Y pareciera que a la coalición PRI-PAN-PRD que ganó la gubernatura de Coahuila en 2023 le salió el callo del incumplimiento y tropezó con las agujetas de la ingenuidad.

Lo sorprendente no fue el hecho de escribir y firmar un Acuerdo de Coalición (es correcto hacerlo), sino el contenido del mismo.

Quienes hemos leído Pactos, Proclamas y Acuerdos de coalición realizados en la historia del país y en otras naciones, podemos constatar que incluyen Programas de Gobierno y compromisos de Políticas Públicas que los coaligados deberán cumplir una vez obtenido el poder público.

Esto es, se trata de verdaderas cartas de navegación que nos dicen por qué, para qué, cuándo, cuánto y hasta con quiénes se habrán de cumplir los compromisos pactados, lo cual incluye atender problemas como violencia, corrupción, desempleo, salud pública, educación, agua, justicia y todos los que sean de interés para la ciudadanía.

En el caso de Coahuila, nada de eso se firmó, y se puede inferir que tampoco para los otros Estados donde PRI, PAN y PRD participaron en coalición.

Lo que vimos fue un vulgar, obsceno y ambicioso reparto del botín gubernamental. Coaligarse para repartirse Notarías, Oficinas de Recaudación de Rentas, Magistraturas y cargos burocráticos es denigrar una novel forma de gobierno —semiparlamentarismo o gobierno de gabinete—, que obtuvo carta de reconocimiento en nuestra Constitución hace pocos años.

Aun más: quizá esta vulgarización y tropicalización de la figura de coalición refleje un mal mayor, es decir, la pérdida del valor —o el desprecio— de la palabra en la política mexicana.

Desde Aristóteles hasta Kant, pasando por Maquiavelo, la política ha sido considerada un arte, un oficio y una ciencia, cuyo valor superior por cultivar es la confianza, y su principal vehículo, la palabra.

Y en política, cuando la palabra se desprecia, se deprecia.

Honrar lo acordado… El valor de la palabra en política tiene muchas aristas, pero todas son de gran relevancia, ya que el cumplimiento o incumplimiento de promesas, juramentos o convenios, aun los verbales, se traduce —en este oficio— en consecuencias de un impacto mayúsculo.

En un mundo donde el grado de cinismo en torno a las relaciones humanas suele ser muy alto, pero, sobre todo, en el contexto político (ya sea entre los propios personajes políticos o entre estos y el electorado), cumplir la palabra y ser congruente con el discurso es una forma contundente de generar confianza entre la población.

Cuando una o un político cumple sus promesas, demuestra integridad y responsabilidad, fortaleciendo así su legitimidad ante la ciudadanía.

Esta confianza es crucial para elevar los índices de gobernabilidad, ya que permite a la gente comprobar que las personas funcionarias que eligió están comprometidas con sus deseos e intereses.

En contraparte, las promesas incumplidas y los discursos vacíos erosionan la confianza y generan una sensación de desilusión entre la sociedad. Esto puede dificultar que la clase política tenga vía libre para allanar los procesos de aprobación de leyes o de generación de consensos, impidiendo la depuración de los canales para abordar eficazmente las necesidades del electorado.

Honrar la palabra fomenta una cultura de rendición de cuentas dentro del sistema político. Cuando las y los representantes políticos cumplen sus compromisos o acuerdos, envían el mensaje de que son responsables de sus acciones y que responden con transparencia ante las personas que los eligieron. Esto puede conducir a una gobernanza más eficaz y receptiva, pues es probable que los políticos sean más conscientes de las consecuencias de sus decisiones.

Por el contrario, cuando los políticos incumplen sus promesas o faltan a su palabra, crean una sensación de impunidad y de ausencia de rendición de cuentas, que a su vez lleva a la disminución de estándares éticos y a un mayor riesgo de corrupción, ya que las y los representantes políticos acostumbrados a la perfidia producen una percepción generalizada de que los potentados pueden salirse en todo momento con la suya, actuando en beneficio propio y no en favor del interés público.

Cuando las y los representantes honran su palabra, se puede crear un entorno político más estable y con mayores certidumbres, que puede ser beneficioso para el desarrollo y la implementación de políticas, ya que la previsibilidad permite planificar e invertir a largo plazo.

Saber que los políticos apuestan por la asertividad y el cumplimiento de compromisos también puede alentar a las empresas e individuos a invertir, generando empleos e impulsando el crecimiento.

Dar su justa dimensión al valor de la palabra en política puede fomentar el compromiso y mayores índices de participación ciudadana en las diferentes esferas del sistema político.

Cuando las personas saben que sus voces son escuchadas, que importan y que sus representantes tomarán en cuenta sus preocupaciones o necesidades, es más probable que se involucren en algún proceso de repolitización, exigiendo resultados y responsabilidades a las y los funcionarios electos.

No creo que el pacto de Coahuila deba enjuiciarse bajo el apotegma de Gonzalo N. Santos, el cual afirma que “en política, solo los pen… dejan por escrito las pillerías que van a hacer”, sino por la condición humana que describió Nietzsche en Sobre la Verdad y la Mentira en sentido extramoral, donde plantea que las personas tenemos una innata inclinación al engaño, lo que genera desconfianza en las relaciones humanas y que, para superarla, debemos ganarnos la confianza de los otros a partir de un acto muy sencillo: cumplir la palabra empeñada.

Ese cumplimiento reiterado vuelve innecesario firmar cualquier documento.

Por eso, en política, lo importante no es prometer, sino comprometerse.

Detallar por escrito hasta el número de cargos, Notarías y Magistraturas por repartirse revela que en esa coalición privan la desconfianza, el engaño y la nimiedad de miras. Sobra decir que esas sociedades políticas generalmente terminan mal y que no es el tipo de coalición que necesitan ni Coahuila ni México ni ninguna democracia.

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